19.10.11

¿Por qué gana 'tan poco' el presidente del banco más grande del mundo?


Los presidentes de los bancos más importantes de China reciben ingresos mucho menores de sus pares de EE.UU.

BBC

Jian Jianqing está al frente del mayor banco del mundo, pero su sueldo se parece más al de un contador promedio en EE.UU.Según reveló la agencia de noticias Reuters, el presidente del Banco Industrial y de Comercio de China (ICBC) devengó "sólo" US$150.000 en 2010.

Se trata del 1,5% de los ingresos del director de Bank of America, Brian Moynihan (quien percibe unos US$10 millones) y aún menos que Jamie Dimon, presidente de JP Morgan, quien gana unos US$20,7 millones.

¿La explicación? No tiene que ver con el desempeño de Jian. Él oficialmente lo explicó el año pasado. "No se nos puede pagar más que a los reguladores que nos supervisan", dijo. "Si los reguladores tienen que aceptar una reducción salarial, nosotros vamos a aceptar una reducción salarial". Con este argumento, año con año, Jian ha visto disminuir su sueldo (de los US$240.000 que ganó en 2008). Al igual que a otros presidentes de los bancos más grandes de China, la recesión mundial ocasionó que su salario se viera reducido en los últimos años.

Una banca distinta
A la luz de las protestas frente a Wall Street que cuestionan los beneficios de los bancos a costo de los de los clientes, las compensaciones que ofrecen los bancos chinos a sus directivos se ven como una idílica realidad.

Sin embargo, la verdadera respuesta podría estar en otro lado.

Las instituciones financieras chinas se encuentran bajo la supervisión del Partido Comunista, generalmente están dirigidos por funcionarios nombrados por el gobierno central y éstos forman parte del Comité Central del partido, que es dirigido -en última instancia- por el presidente Hu Jintao. Esto explica el tope en el sueldo de los ejecutivos, que sí cuentan con beneficios de ejecutivos de alto nivel como auto, chofer, seguro médico, alimentación y vivienda.

Pero según los analistas entrevistados por Reuters, revela otras intenciones.

"¿A quién están tratando de impresionar? No están tratando de impresionar a sus accionistas, están tratando de impresionar a los pesos pesados del partido", aseguró a la agencia de noticias Patrick Chovanec, profesor asociado en la Escuela de la Universidad de Tsinghua de Economía y Administración en Pekín.

Un asunto político

China tiene tres de los bancos más grandes de mundo -Banco Industrial y Comercial de China, China Construction Bank Corp y Banco de China- y sus presidentes son los "peor pagados" según la encuesta de Reuters. Sin embargo, su puesto en la cúspide bancaria -con ingresos de un abogado común estadounidense- podría traer una remuneración menos contable pero más significativa: un escalón en la esfera política de élite. "Después de completar su recorrido en un banco, se le asigna un nuevo recorrido obligado, usualmente en un puesto de gobierno", dice Chovanec.

Los ejecutivos de los bancos aceptan esa remuneración "mínima" porque forma parte de una carrera política. Un movimiento estratégico que los colocará en una posición de poder político en el gobierno en el futuro.

Esto explica la dirección tomada por los bancos chinos en los últimos años: dirigidos por el Estado canalizan dinero a empresas vinculadas al gobierno, aunque esto signifique pérdidas cuantiosas.

"Seamos claros, la forma del gobierno chino de funcionamiento de su sistema bancario -ordenar a los bancos que presten sumas colosales a las empresas estatales y al gobierno local cuando la economía está débil, comprando acciones de los bancos cuando el precio de las acciones cae- sólo es creíble debido al enorme superávit del Estado chino: nadie duda de que cuando los préstamos bancarios van mal, China tiene los recursos para recapitalizar y fortalecer sus bancos", explica Robert Peston, editor de economía de BBC.

Entonces, ¿qué es lo que nos está diciendo la diferencia entre la forma china y europea de manejar la banca? En realidad, sólo que, al menos por ahora (y no puede durar), China tiene la credibilidad financiera y económica de hacer más o menos lo que le gusta, y los gobiernos europeos no, asegura Peston.

Notting Hill se debate entre 'glamour' y pobreza

En la calle Portobello, de Notting Hill, se instalaron en los años 80 artistas y anticuarios.Foto: AFP

''Glamour' y pobreza retratan este barrio de Londres, uno de los escenarios de los violentos disturbios de agosto pasado, que dejaron pérdidas por 200 millones de libras y 3.000 arrestos.

Ciudad global. Pocos lugares donde sea tan palpable la mezcla de razas y culturas que hoy es Europa. Entre los funcionarios de inmigración hay sijs de turbante, chinos y caribeños. A bordo del metro, rusos, hindúes, latinos, adolescentes con pañuelo musulmán y iPod. El gentleman de gabardina y maletín resulta una estampa casi exótica. Muchos de sus variopintos vecinos son tan ingleses como él: tienen la nacionalidad británica o están tramitándola.

El escaparate más vistoso de esta babel es el barrio de Notting Hill, hogar del carnaval de Londres y del mercado callejero de Portobello. Fue construido a mediados del XIX como un suburbio para familias londinenses de clase media alta. Con el tiempo, sus herederos dejaron de emplear amas de llaves, criados y cocineras, y los caserones, con dependencias para todos, se convirtieron en inquilinatos. Judíos perseguidos, exiliados españoles e inmigrantes caribeños colonizaron el barrio en olas sucesivas. En 1958, las tensiones entre los negros antillanos y los blancos pobres de la zona estallaron en dos semanas de violencia racista. La comunidad caribeña organizó, en 1959, el primer carnaval, para reivindicar su cultura y su presencia.

Entre los 60 y los 70, el municipio demolió los tugurios más insalubres y rehabilitó las casas victorianas. En la calle Portobello se instalaron artistas y anticuarios, luego vinieron los restaurantes de moda y las tiendas chic. Para los 90, la propiedad raíz figuraba entre las más caras de Londres. Hoy, uno de los antiguos inquilinatos puede costar entre dos y tres millones de libras esterlinas. La revalorización ha encarecido la vida cotidiana. En las viejas tascas de los españoles, una copa de vino cuesta cinco libras, unos 15.000 pesos colombianos. Es el precio de dos mangos jamaiquinos en los puestos de fruta de Portobello.

El productor de cine Peter Montague es uno de los nuevos dueños del barrio. Hace dos años, él y su esposa, Annie, compraron una casa, demolieron los tabiques y la convirtieron en un santuario del confort minimalista. Hasta el verano no se cambiaban por nadie, pero a comienzos de agosto, un tumulto apedreó varias tiendas del barrio y hubo un atraco en un restaurante. Fueron las reverberaciones locales de los graves disturbios que sacudieron por esos días a Inglaterra y, por comparación, no pasaron a mayores: en otros distritos hubo pedreas campales, edificios incendiados, heridos y muertos. Peter atribuye los incidentes a pandilleros de otros barrios que pillaron dormida a la policía. Sin embargo, Annie sigue inquieta.

Por las calles del barrio rondan otros temores y otras vidas. Junto a las flamantes residencias remodeladas, subsisten numerosas viviendas de protección social que el municipio adjudica a personas de bajos recursos. Los inquilinos pagan arriendos subsidiados casi simbólicos. Sin embargo, muchos cobran la ayuda estatal al desempleo y tienen que bandearse al mes con lo que Peter y Annie gastan en un almuerzo. El gobierno conservador está en plena campaña para reducir (y, según algunos, desmantelar) ambos subsidios. Para muchos vecinos del barrio, y de Inglaterra, perderlos significaría saltar de la pobreza a la indigencia.

Entre los damnificados potenciales está Terry Johnson, un adolescente de abuelos jamaiquinos nacido en Notting Hill. Me pide un cigarrillo, conversamos y me invita a conocer su casa. La fachada alta y angosta es idéntica a la de Montague, pero el interior conserva los planos originales: en lugar de los grandes espacios minimalistas hay cuartos contrahechos y tabiques que cortan la luz. Un maremágnum de adornos baratos sepulta los muebles, junto con el desorden de Terry y sus hermanos, Joseph y Demaine. En la casa viven, además, su madre, su abuelo y una tía. Las largas escaleras de madera crujen como en los tiempos de míster Hyde y el doctor Jekyll.

Para sus detractores, los arriendos subsidiados condenan a gente como los Johnson a ser inquilinos de por vida. La posibilidad de comprar con descuento la casa que arriendan -una propuesta bandera del gobierno- es inalcanzable para la mayoría. Para sus hijos, tampoco es fácil vivir en medio del glamour y la riqueza cuando tienen las libras contadas para ir al supermercado. Como Annie Montague, viven inquietos: no pueden sentarse en los cafés, ni comer en los restaurantes, solo mirar desde fuera el mundo feliz de las vitrinas. Como me contesta Terry cuando pregunto si, a pesar de todo, están orgullosos de ser del barrio: "Somos los extras de la película. Nadie nos ve".

El pasado 9 de agosto, un vecino de los Johnson recibió en su celular una foto de una vitrina incendiada. Fue uno de varios mensajes que, según las autoridades británicas, alentaron a muchos jóvenes como ellos a unirse a los disturbios del verano. El detonante de la revuelta fue la muerte de Mark Duggan, un hijo de inmigrantes abatido en una redada policial en Tottenham. La vertiginosa vorágine que siguió -antes de 24 horas había saqueos e incendios en medio Londres, antes de 72, en media Inglaterra- es tema de otra crónica, pero las cifras dan una idea: hubo 3.000 arrestos y pérdidas por 200 millones de libras.

Terry estaba en cama con fiebre, pero su hermano Joseph salió esa noche a sembrar el terror por Notting Hill. No pretendía derrocar al gobierno, ni siquiera cobrársela a la policía: sólo estar ahí y ser parte de los acontecimientos. La señora Johnson consiguió encerrarlo en su casa al otro día. Varios de sus amigos están citados ante un juez de menores por el asalto a una tienda de ropa deportiva y accesorios, uno de los rubros más afectados por los saqueos. Como más de la mitad de los protagonistas de la revuelta, ninguno ha cumplido 16 años. Son niños.

En la Inglaterra de la reina Isabel y de la Cámara de los Lores, el clasismo es atávico. La Segunda Guerra Mundial y el esfuerzo compartido de la reconstrucción alentaron políticas de solidaridad, como los arriendos subsidiados.

Hoy, como en casi todo el mundo, estas políticas se baten en retirada. La brecha entre pobres y ricos se ahonda debido a un individualismo que apenas registra la necesidad ajena.

En Latinoamérica, estas desigualdades abismales son más que conocidas: han sido el caldo de cultivo de innumerables niños sicarios, narcotraficantes y guerrilleros. Estas dolorosas lecciones de nuestra historia hoy podrían resultar invaluables para las sociedades del primer mundo, donde tantos jóvenes, como los Johnson, crecen como ciudadanos de tercera. No está de más recordárnoslas antes de que sea tarde.

(El autor, Juan Tafur, colombiano, ha publicado 'La pasión de María Magdalena' (del que vendió 50 mil ejemplares) y 'El viajero de los dos mundos'. Su libro más reciente es '99 lugares para hablar con Dios').

EL TIEMPO