La ley del mercado manda hoy en el país de Mao. El lujo de los nuevos empresarios convive con la miseria de los trabajadores.
Evelyn Mesquida / Tiempo
Cuando Den Xiaoping, el artesano de las reformas económicas del comunismo chino, lanzó su consigna al pueblo al grito de “¡Enriqueceos!”, pocos imaginaban que pronto se cumpliría su deseo. En casi tres décadas, la China maoísta se ha convertido en la cuarta potencia del mundo, por delante de Francia y de Inglaterra. Sus millonarios se cuentan por docenas y sus multimillonarios entran en el ranking de los hombres más ricos del mundo. La revista Forbes ha clasificado recientemente a tres empresarios chinos entre las primeras fortunas mundiales: Huang Guangyu (fundador de Gome Electrical Appliances Holding, un grupo inmobiliario); Chen Tianqiao (fundador de Shanda Interactive Entertainment) y Larry Young (presidente de Citic Pacific).Y esto no es más que el principio de una escalada vertiginosa en la que no tardarán en inscribirse otros nombres.El precursor de los multimillonarios chinos, el ciudadano Ding Lei, tenía 32 años cuando entró en esta clasificación en 2003. Entonces era el director de NetEase, un portal de acceso a Internet y de juegos online. Su fortuna se calculó entonces en unos 1.100 millones de dólares. Y la fortuna conjunta de los tres actuales multimillonarios chinos –dos de ellos relacionados con empresas del sector inmobiliario– rebasaría la cifra de los 5.000 millones de dólares según la revista norteamericana.
La eficacia de la combinación liberal-comunista que han implantado en China (iniciativas capitalistas pero sin renunciar a la etiqueta de socialismo y de fuerza de Estado) escapa a los modelos económicos clasificables. La economía ha crecido a un ritmo anual del 9% en los últimos veinte años y desde fuera lo único que parece evidente es que la multiplicación de millonarios y el crecimiento del país se apoya esencialmente en la utilización de una mano de obra poco calificada, mal pagada y fácilmente reemplazable sin ninguna contrapartida. Una mano de obra constituida por miles y miles de agricultores y obreros en la miseria, llegados de todas las regiones chinas, empleados sin seguridad social, sin libertad sindical y trabajando una media de 50 horas a la semana en los inmensos proyectos de construcción de Pekín, Shanghai y otras grandes ciudades, o en las inmensas fábricas donde se produce todo lo que China copia y reexporta luego a todo el planeta a un precio inferior.
Trabajadores sin derechos
En el interior del país, diversas organizaciones han empezado a denunciar que el 80% de los dos millones de empresas del sector privado no respetan los derechos elementales de sus empleados y violan las leyes de trabajo. Incluso la Asamblea Nacional Popular reconoce que los derechos de los trabajadores son frecuentemente violados, sobre todo en los sectores inmobiliario y textil.
En su carrera para atajar el retraso económico, China no parece dispuesta a ocuparse por ahora de detalles como la sanidad pública, el medio ambiente o la seguridad industrial. El desarrollo económico ha permitido y justificado ya la desaparición de dos tercios de los bosques chinos y la contaminación de un tercio del agua del país y por otra parte, la falta de energía provoca desde hace varios años frecuentes cortes de electricidad generalizados, algo que las autoridades consideran necesario resolver antes de la próxima cita con los Juegos Olímpicos.
La dinámica del Gobierno actual por reformar y modernizar a marchas forzadas el país cuando todavía no han desaparecido los feudalismos locales, ha condenado a una gran parte de la población a quedarse al margen del progreso, a pesar de los deseos de “sociedad armoniosa” que preconiza el primer ministro Wen Jiabao. La economía de mercado prima de forma absoluta en el país de Mao y en lo que se refiere a las empresas del sector público, más de 40 millones de trabajadores han perdido su empleo en los últimos 20 años.
En paralelo, es indiscutible la emergencia de una clase media que crece y que se ha convertido en el apoyo del régimen postmaoísta y predemocrático y en un fac- tor importante de la modernización del país. Una modernización dinamizada también por la perspectiva de los Juegos Olímpicos y el reconocimiento mundial que esto ha significado para China. Este reconocimiento se ha visto avalado por los más de 115 millones de turistas que el año pasado visitaron China y que la convirtieron en el cuarto país más visitado, detrás de Francia, España y Estados Unidos. Para 2020 está previsto que sea el primero.
Lujo francés
El impresionante desarrollo y la multiplicación de fortunas no podía dejar indiferente al mercado del lujo mundial y sobre todo al francés, que en el mes de octubre pasado, a través del Comité Colbert –asociación que reúne a las más importantes marcas del lujo francés– presentó ya una gran exposición en Shanghai para mostrar las mejores piezas creadas por más de 50 empresas del lujo galo en campos como la joyería, la alta costura, la decoración y el champán.
Curiosamente, es en China donde estas piezas pueden venderse mejor, dada la gran cantidad de millonarios chinos ávidos de disfrutar los lujos del mundo capitalista. Según la revista económica francesa Potentiel, en 2005 había cien millonarios chinos cuyas fortunas sumaban 41.000 millones de dólares. Tan sólo un año antes las cien mayores fortunas de China no sobrepasaban los 29.000 millones de dólares. Los franceses quieren vender ahora, antes de que los chinos empiecen a producir también objetos de lujo.
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