30.5.06
Somos ricos ... pero seguimos siendo pobres
La historia del petróleo en Venezuela es la realización de un sueño que la ha situado entre los países más ricos de Latinoamérica, pero pese a las grandes ganancias de más de sesenta años, aún vive hoy la pesadilla de su gran déficit social.
Aristimuño Herrera & Asociados
Con relación al año 2004, los ingresos petroleros por venta en el mercado exterior, se incrementaron en 50,6% en el 2005, al pasar de US$ 31.917 millones a US$ 48.059 millones respectivamente, significando ingresos adicionales por US$ 16.142 millones. Estos ingresos petroleros representaron el 86,6% de las divisas entradas al país.
A pesar de estos ingresos gigantescos, posiblemente impensables por el gobierno nacional, le exigen al Banco Central de Venezuela, a través de una modificación realizada a la ley del ente emisor, el traspaso al gobierno de 10.000 millones de dólares, de las Reservas Internacionales del país. Todo esta orientado a que se prosiga con este mecanismo, buscando extraerle a las reservas internacionales el máximo posible, aplicando el concepto de las reservas excedentarias.
Mientras el Estado incrementa sus ingresos por exportaciones petroleras, se le traspasan 10.000 millones de dólares y el Seniat obtiene record en recaudación, la deuda pública, en el 2005 versus el 2004, se elevó en US$ 5.532 millones, de los cuales US$ 3.723 millones correspondieron a deuda pública externa y US$ 1.809 millones fueron de la deuda pública interna.
No obstante este inmenso caudal de riqueza, el 40% de los habitantes del país no han salido de la pobreza, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). La economía informal ocupa a unos 5,5 millones de venezolanos, que representan un 46% de la población económicamente activa, estimada en 12,1 millones de personas y todo esto, en parte, como consecuencia de que en el país se ha perdido el 52,9 por ciento del parque empresarial, quedando actualmente contabilizadas unas 6.756 empresas.
A estos hechos debemos adicionar, que el presidente de la Asociación Venezolana de Exportadores, Francisco Mendoza, expresó su preocupación por el retiro de Venezuela de la CAN y el Grupo de los Tres, ya que podría significar la pérdida de 300 mil empleos a nivel nacional.
La semana pasada comentamos que a pesar de que aplaudimos la caída en los niveles de desempleo, señalados por el Instituto Nacional de Estadisticas (INE), es innegable que en el país hay un deterioro de la calidad del empleo que es necesario enfrentar decididamente.
El gobierno no ha logrado a través de sus políticas económicas estimular, fuertemente, la inversión del sector privado, repercutiendo esto de manera importante en muchos frentes de nuestra economía. Consideramos entre los más importantes los siguientes:
1. La mayor caída en la inversión privada desde 1952, se ha hecho presente en este gobierno.
2. Las importaciones pasaron de US$ 16.755 millones en 1998 a US$ 23.955 millones en 2005, con un crecimiento del 42,97%, incentivando las importaciones en desmedro de la producción nacional. Este hecho incide sobre la desinversión en la economía nacional.
3. Desde 1999 hasta 2005, han salido del país US$ 72.277 millones en capitales cifra muy superior a la realizada desde 1958 hasta 1999.
4. El promedio del desempleo desde 1998 ha sido 13,87%, el más alto de los promedios desde el período de Rafael Caldera en 1969. La calidad del empleo no ha mejorado en el país y hoy aproximadamente un 46% de los trabajadores empleados se encuentran en el empleo informal.
5. Desde 1999 hasta 2005 se construyeron el 45,88% del total de las viviendas que se levantaron en el último gobierno de Rafael Caldera entre 1994 y 1998, cuando se edificaron 341.666 viviendas.
6. Las exportaciones no petroleras han caído de 31,22% en 1998 a 13,38% en el 2005 en el total de las exportaciones, como producto del desestímulo a este importante sector de la economía, entre otras cosas producto de la sobrevaluación del bolívar. El sector exportador no tradicional es cada vez más pequeño, lo que nos hace una economía cada vez menos diversificada en generación de divisas.
7. Dado el gran poder que ha acumulado el gobierno, se ha involucrado en mantener actividades que normalmente corresponde al sector privado de cualquier economía; como las instituciones bancarias, redes de supermercados subsidiados, líneas aéreas, hoteles, etc.
Es imprescindible incentivar la participación del capital privado garantizándole una rentabilidad aceptable pero estableciendo de mutuo acuerdo un nuevo compromiso, un nuevo contrato social, que permita que realmente tengamos una verdadera revolución. Es por ello que solo a través del trabajo que genere riqueza para el país, se alcanzará el bienestar que nos hace falta para poner un pie en la senda del desarrollo y de esta manera lograr de una vez por todas el relevo del capitalismo rentístico, del cual tanto se ha hablado.
El gobierno debe apalancar el crecimiento sostenido y ordenado con el fortalecimiento al sector privado, sin cuya participación masiva será imposible fortalecer las bases de nuestra economía.
Ver: Banca&Neghocios
25.5.06
Países ricos, países pobres
- Rubén Loza Aguerrebere
En estas páginas, el ensayista desarrolla ideas complementarias de su anterior obra El autoritarismo hispanoamericano y la improductividad, que ha tenido vasta repercusión. Este reciente libro agotó en pocos días su primera edición.
En el primer capítulo, García Hamilton, siguiendo su peripecia personal y, asimismo, la familiar, nos ofrece el retrato singular de una vida y de una generación.
A través de ese espejo en el camino analiza el desarrollo, el crecimiento y la declinación (sin pasar por el “apogeo” al decir de un tratadista, como señala) de naciones latinoamericanas, al analizar, en concreto, el caso de la Argentina.
Por su reflejo ejemplar, deben mencionarse los estudios del “Martín Fierro”, como el arquetípico gaucho que se hizo violento, y la personalidad de Eva Perón, vista en el capítulo llamado “La Dama buena que regala lo ajeno”. Y es que observa uno y otro caso como paradigma de aquellos países que sustituyeron la dádiva por el trabajo.
Tras hacer un repaso el mundo judío, Grecia y Roma, García Hamilton se inserta en el crecimiento de Inglaterra, Francia, Alemania y Estados Unidos; y hablando de este último, destaca que “el funcionamiento del esquema institucional basado en la descentralización y la vigencia competitivas resultó tan apto que, al cabo de poco más de un siglo, al terminar en 1918 la Primera Guerra Mundial, el país ya había sobrepasado a Inglaterra y ocupaba el primer puesto en la economía mundial”.
Como contracaras del mismo, pasa luego al estudio de aquellos países cuyo sello es la concentración del poder, y, para decirlo con sus palabras, nos encontramos con el siguiente panorama: “En la realidad rusa, Lenin y Stalin ejecutaron a millones de seres humanos con el fin de construir la utopía de un mundo ideal, sin lo “tuyo y lo mío”, a través de la dictadura del proletariado”.
En sucesivos capítulos, con los sistemas dictatoriales y populistas que en esta América han procurado la “felicidad de los pobres”, el ensayista e historiador pasa revista en el siglo XIX, en México, la dictadura de Antonio López de Santana, en su país la de Rosas, el ejercicio del poder absoluto de Antonio Guzmán en Venezuela y, entrando en el siglo XX, sigue los pasos del “Estado Novo” de Getulio Vargas, el régimen del argentino Juan Domingo Perón, observando cómo Nicaragua experimentó la dinastía de los Somoza, la República Dominicana a Trujillo, Cuba a Fulgencio Batista, Colombia a Rojas Pinilla, Paraguay a Stroessner.
Finalmente, llegamos a las dictaduras de izquierda: la peruana de Velasco Alvarado y, por cierto, la cubana de Fidel Castro, la más larga de todas. Observa García Hamilton que en estos casos los regímenes afectaron el derecho de propiedad tanto como las garantías cívicas.
Afirma García Hamilton que en los sistemas autoritarios y populistas “aunque sus dirigentes se llenen la boca con expresiones retóricas de amor al pueblo, no sólo impiden las libertades sino que condenan a las poblaciones a vivir en la pobreza y el estancamiento”. Ésta es, justamente, la posición de los países que no crecen.
En la posición opuesta están los países que crecen, pues las sociedades, dice el autor argentino, “han establecido un sistema político estable, con gobiernos cuyos poderes han sido limitados y equilibrados entre sí”. Y afirma, rotundo: “Las comunidades que han crecido son aquellas en las que se ha facilitado la circulación de los factores productivos, fundamentalmente el capital en todas sus expresiones y la fuerza de trabajo”.
Por cierto, García Hamilton, a quien recientemente impidieron entrar en Cuba, es un intelectual liberal dueño de una visión lúcida y contundente, capaz de entregarnos en esta convulsionada sudamérica de hoy, con gobiernos de izquierda que emprenden rumbos diferentes y estilos personalistas, libros como éste, que destellan por su higiene civilizadora.
La Estrella Digital
16.5.06
¿Cómo superar las desigualdades?
A fuerza de hablar de la desigualdad de ingresos y riqueza, a menudo nos olvidamos de subrayar el hecho empírico de su acelerado crecimiento, de exponer sus causas y orígenes, de ponderar sus consecuencias y, más aún, de refutar las falsarias justificaciones ideológicas ofrecidas por los habituales peritos en legitimación.
De todo ello a menudo nos olvidamos pese a que la desigualdad -mídasela como se quiera- parece galopar sin brida ni rienda tanto a escala planetaria como local, tanto en los países pobres como en los ricos. Hace ya tiempo que ha rebasado el nivel de lo social, lo ética y lo estéticamente tolerable.
La extrema desigualdad está haciendo de este mundo nuestro un lugar inestable, reprobable y feo. Los 84 individuos más ricos del mundo poseen una riqueza que excede el PIB de China con sus 1.300 millones de habitantes. En 1998, Michael Eisner, director general de Disney, cobraba 576,6 millones de dólares, lo que representaba 25.070 veces el ingreso medio de los trabajadores de esta misma empresa. Ese mismo año, un solo ciudadano de Estados Unidos, Bill Gates, disponía de más riqueza que la del 45% de los hogares de aquel país.
A la fecha de hoy, el 5% de los hogares con mayor poder adquisitivo de Estados Unidos dispone de casi el 50% de la renta nacional. Mientras tanto, 80 países en el mundo tienen una renta per cápita menor que hace una década. Mientras tanto, la mitad de nuestra especie, la más desheredada y vulnerable, 3.000 millones de personas, vive con menos de 2 dólares al día y, de éstos, 1.300 millones con menos de 1 dólar diario.
El economista norteamericano Robert Frank, que algunos estudiantes de económicas conocen por su estupendo manual de teoría económica, explica que, del conjunto de la ciudadanía de su país, el 1% más rico se embolsó el 70% de toda la riqueza generada desde mediados de los años setenta. Para el Reino de España no hay datos equiparables que sean públicos. Pero es muy probable, según expertos fiscales que llevan años rastreando el terreno, que los datos puedan ser igualmente escandalosos, tanto que mejor mantenerlos en secreto. Nunca en la historia de la humanidad hubo tan pocos ricos tan ricos ni tantísimos pobres tan pobres.
Lo cual es malo al menos por las siguientes razones de consecuencia: primero, porque hace vulnerables, y en grado diverso, a amplísimas capas subalternas de la sociedad. Y con la vulnerabilidad viene la dependencia; con la dependencia, la falta de libertad, y con la falta de libertad, en grado diverso, la condición servil y la pérdida del autorrespeto. Segundo, porque pone en manos de unos pocos poderes y recursos desmedidos que pueden condicionar y sesgar el proceso político del lado de sus intereses privilegiados, socavando así toda esperanza de democracia real y quebrando la igualdad política que subyace al ideal de ciudadanía. Finalmente, la desigualdad extrema entre ricos y pobres (entendidos éstos en sentido amplio) quiebra la comunidad, rompe los lazos de fraternidad y desata, de un lado, la codicia de los pocos y, del otro, cuando no la envidia y el resentimiento, siempre al menos la frustración, y muchas, muchas veces, la desesperación de los muchos.
Pese a estas razones, no faltan las justificaciones de la desigualdad. La primera de ellas viene a decir que la gente tiene lo que se merece. Así como el rico merece su riqueza, premio a su emprendedor dinamismo, el pobre -por su falta de aptitud y esfuerzo- merece su opuesto destino social. Así como el leal y eficiente trabajador merece conservar su empleo, así el que lo pierde merece el escarmiento del paro, en el que merecerá quedarse si no muestra suficiente capacidad y buena disposición para la búsqueda activa de otro empleo. Oportunidades no faltan, sólo hay que saberlas buscar. Esta justificación meritocrática de la desigualdad es tan demagógicamente falsa como cierto es el hecho de que nadie merece moralmente ni su azar genético ni su azar social, de por sí muy desigualmente distribuidos.
Nadie merece moralmente la familia que le ha tocado en suerte, rica o pobre, decente o depravada, ni, por tanto, las oportunidades -favorables o no- que la familia pueda brindarle. Y lo mismo cabe decir de los talentos -pocos o muchos- con los que uno viene al mundo: nadie los merece moralmente.
Si es verdad que la justicia aspira a contrarrestar los caprichos del azar -social y genético-, poco justo será permitir que los individuos gocen sin traba ni freno de sus inmerecidos diferenciales de oportunidad, que ese azar les pone en bandeja. La distribución de las dotaciones genéticas -como no ha dejado de subrayar John Rawls- son un activo común de la sociedad, aunque sólo sea porque es la sociedad quien las premia y valora o porque sólo en su seno pueden ejercerse.
La segunda justificación de la desigualdad la convierte en el necesario precio de la libertad. En un mundo regido por el libre mercado y asentado en el sacrosanto principio de la libertad de elección, un Estado intervencionista podría imponer políticas redistributivas y regulaciones igualitaristas, pero sólo lo lograría a base de cercenar esa misma libertad individual, a base de recortar las opciones sobre las que elegir. Este argumento es tan falso como cierto es el hecho de que la desigualdad implica ella misma una falta de libertad, tanto más profunda cuanto más dramática sea esa desigualdad. Porque falta de libertad -de decidir, de hacer y aun de rechazar- es lo que tiene el trabajador precario que apenas llega a fin de mes y no sabe si mañana conservará su empleo; es lo que sufre la mujer sometida al marido y desfavorecida y discriminada en toda suerte de oportunidades de vida; es lo que padece el desempleado de larga duración, que soporta el estigma social de la dependencia del subsidio público (si es que lo tiene).
Falta de libertad es lo que tiene el pobre que depende de la exigua caridad de sus congéneres. Falta de libertad es lo que sufre el subordinado (en la jerarquía de la empresa, por ejemplo) cuando tiene que comulgar con ruedas de molino porque necesidades o deseos vitales para él dependen de la voluntad de su superior.
Falta de libertad, en fin, es lo que padece el que vive con permiso de otro.
No olvidemos el dicho de Juvenal: 'Hay muchas cosas que los hombres, si llevan la capa remendada, no se atreven a decir'. El mundo contemporáneo, porque distribuye de forma tan groseramente desigual recursos, oportunidades y riqueza, padece un hondísimo problema de falta de libertad.
La tercera justificación de la desigualdad le carga las culpas al gobierno, sea el que sea. Los gobiernos -viene a decir- promueven la desigualdad con sus equivocadas políticas recortando oportunidades de desarrollo individual. Así, por ejemplo, el desempleo -una fuente terrible de desigualdad social- podría evitarse si los mercados de trabajo no fueran tan rígidos y los empresarios tuvieran más facilidades -¡todas las facilidades!- de contratación y despido. Y todavía más oportunidades habría de creación de empleo -y riqueza para todos- si los gobiernos apostaran sin tapujos por la productividad y la competitividad de las empresas, rebajando impuestos, recortando gastos sociales, privatizando servicios públicos y apuntando al déficit cero.
Esta justificación de la desigualdad es tan falsa como cierto es el hecho de que han sido precisamente los gobiernos que más han promovido políticas desreguladoras de los mercados laborales y fiscalmente estimuladoras de la oferta los que más han provocado aumentos de la desigualdad.
Y de las causas de la desigualdad, ¿qué?
La desigualdad tiene muchas causas, pero la principal -sin dudarlo- hay que buscarla en el actual modelo capitalista de crecimiento y desarrollo y en el vigente modelo antisocial de propiedad.
El capitalismo es un modo de producción que vive de la desigualad y la retroalimenta positivamente, vive de la desigualdad entre el trabajo y el capital. Reproduce y amplía esa desigualdad porque el capitalismo asigna muy distintos recursos de poder a propietarios y no propietarios. Y asigna tan desigualmente el poder social porque se basa en un modelo de propiedad y apropiación que no conoce apenas límites a su acumulabilidad, y permite formidables hiperconcentraciones de poder económico y social que no sólo escapan a todo control democrático, sino que por mil vías consiguen una sobrerrepresentación institucional y política de sus privilegiados y minoritarios intereses.
La batalla -por ahora duramente perdida- contra la extrema desigualdad de ingresos y riqueza pasa por buscarle alternativas -si se quiere, parciales y graduales- al capitalismo, alternativas de tipo social-republicano (señaladamente, aunque no sólo, la renta básica de ciudadanía, como en otras ocasiones hemos desarrollado, por ejemplo, en http://www.redrentabasica.org/), alternativas que permitan a la sociedad recuperar el control democrático sobre las decisiones económicas y a los individuos -a muchos, a millones de ellos- recuperar el control sobre sus propias vidas, esto es, su autonomía.
Vía: La web de JM
4.5.06
Qué harías si fueras el hombre más rico del mundo?
Las declaraciones de Bill Gates son realmente sorprendentes. Van en contra de uno de los anhelos de cualquier persona en el mundo. Supongamos que Bill te dona su fortuna. ¿Qué harías?, escribe Ignacio Pan.
El fundador de Microsoft es conocido mundialmente por su perfil bajo: no existen fotos de su casa, apenas descripciones vagas; posee una residencia oculta en medio de un bosque de la zona oeste de los EE.UU. al que un solo periodista ingresó; cuando habla es escuchado como un verdadero gurú (por ejemplo: su último pronóstico era la muerte del CD).
Pero a lo largo de los años supo ganarse amigos y muchos enemigos, la mayoría de estos últimos a medida que la tecnología se puso al alcance de todos para ser modificada y mejorada.
Y Bill Gates es el hombre más rico del mundo desde hace ¡más de 10 años! Ojo, en la lista de millonarios de Forbes no está solo: hay algunos “empleados” de Microsoft, muchachos de Apple, Google... y sí, ¿quién tiene dudas de que la tecnología paga?
Según Forbes, la fortuna del hombre de Microsoft asciende a más de US$50.000 millones y la de Warren Buffet, la segunda más grande del mundo, es de US$42.000 millones. Por cierto, Bill tiene a Warren como principal referente.
Pero parece que Bill no está del todo contento con su fortuna. Dijo que no le gusta ser "el hombre más rico" del mundo, que “no hay nada nuevo que provenga de eso”.
Vamos a suponer que Gates te acaba de donar sus US$50.000 millones. ¿Qué harías si fueras el hombre más rico del mundo?
Yo no sé qué haría, pero me compraría seguro una flota de aviones y de barcos, para viajar por todo el mundo. Luego de la rumba, pasaría la resaca y comenzaría a disfrutar. Eso sí: ayudaría a toda persona necesitada que me diera la gana de ayudar.
Lee el blog de Ignacio Pan.