Vicente Romero
La frase pretendía ser una disculpa amable pero me golpeó con dureza: ‘perdone que sea pobre’.
La pronunció una mujer joven, con dulce acento peruano, a la que yo le había tendido la mano ante un pequeño problema que la angustiaba.
‘Le agradezco mucho, señor; y me gustaría corresponderle obsequiándolo, pero no puedo. Perdone que sea pobre’.
En sus palabras no había ironía, sino resignación ante la fatalidad. Aquella inmigrante sabía que en este país de nuevos ricos venidos a menos no está bien considerado eso de ser pobre. Que la carencia de recursos económicos es casi una vergüenza, una falta imperdonable, en nuestra despiadada sociedad.
La pobreza se contempla como una lacra social que no permite a la gente consumir como es debido, además de impedirle ser todo lo cortés y generosa que algunas circunstancias exigen. Y lo menos que pueden hacer los desheredados es disculparse humildemente. Porque su misma existencia supone una afrenta política para un sistema que presume de justo. La economía social de mercado... ¿Les suena aquella vieja canción? ‘Perdone que sea pobre.’ Al escucharlo recordé lo que tantas veces le oí repetir a mi padre: ‘no conozco a nadie que se haya hecho rico trabajando; la única forma de enriquecerse es explotando el trabajo de otros.’ Y también lo que Brecht escribió: ‘detrás de toda gran fortuna se oculta siempre un gran delito.’
¿Tendrían que disculparse esos cinco grandes bancos españoles que, en plena crisis financiera mundial y en los peores momentos de la economía española, obtuvieron el pasado año una ganancia total de 14.000 millones de euros? No. Ese enriquecimiento, por amoral que resulte, es lo que se llama un éxito. La pobreza, por simple regla de tres, representa un fracaso.
Resulta lógico, pues, que millones de personas hagan en voz alta su acto de contrición social: perdón por ser pobre, perdón por tener un trabajo precario, perdón por estar parado, perdón por que no pueda gastar ni pagar mis deudas, perdón por aspirar a una ayuda, perdón por ocupar una plaza en un comedor de caridad o en un hospital... Perdonen que mi vida evidencie el fracaso del sistema político y la colosal estafa del sacrosanto libre mercado. Perdonen, sobre todo, que lo haga sin ser consciente de que mi pobreza desluce las estadísticas.
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