
La pobreza, está demostrado, puede ser derrotada. Hay países enteros que en un tiempo fueron pobrísimos no hace mucho, como Irlanda y España, por mencionar dos, y que al cabo de los años pasaron a disfrutar de niveles de vida propios del llamado “primer mundo”. En ninguno de estos dos países se queda un niño sin escuela. Hay suficiente empleo y los salarios dan para vivir con dignidad.
Nicaragua, sin embargo, sigue con altos niveles de pobreza, de los mayores de América Latina. No tan altos como cuando Daniel Ortega entregó el poder y se terminó la guerra en 1990, aunque siempre muy altos. El presidente Ortega aparece ahora en letreros con “Arriba los Pobres del Mundo”, que pareciera un compromiso de sacar a los pobres de la pobreza, una intención meritoria.
Jeffrey Sachs, doctor en Economía y autor del libro El fin de la pobreza, ha lidiado con este tema en Bolivia, Polonia, Rusia, China, India y varias naciones del África en los últimos 22 años y apunta algo que conspira contra esas intenciones de sacar del hueco a los pobres.
Entre las cosas interesantes que Sachs afirma en su libro -como comentaba el exministro nica Alberto Lacayo en días pasados- llama poderosamente la atención lo siguiente:
"La raíz de los fracasos de muchos países está en la corrupción de los liderazgos políticos".Sachs recomienda encarecidamente que los gobiernos se abstengan de demandar pagos indebidos y mantengan sistemas judiciales capaces de defender los derechos establecidos en la ley y de falsear los contratos.
Este llamado de Ortega (el de la valla, que es el mismo de la Internacional Socialista) obliga al presidente nicaragüense a devolverle a la Corte Suprema de Justicia su independencia y a sancionar con firmeza a cualquier funcionario público que resulte implicado en actos de chantaje, extorsión, tráfico de influencias, venta de fallos judiciales, trámite y aprobación de leyes dolosas y otras irregularidades, si no quiere seguir siendo cómplice de tanto abuso, robo y saqueo.
.