Entre 1947 y 1975, Estados Unidos vivió la era de "La  Gran Prosperidad". Pero esa gran bonanza hizo prosperar, esencialmente, a  los más ricos. En su último libro, Aftershock, el economista Robert  Reich, quien fue secretario de Trabajo durante el gobierno del demócrata  Bill Clinton, señaló la ascendente curva de prosperidad del uno por  ciento más rico de la población a partir de la década del setenta,  cuando entre el ocho y el nueve por ciento del ingreso nacional iba a  parar a ese sector.  Para el 2007, poco antes de la Gran Catástrofe  económica que sigue profundizándose, los ricos más ricos del país,  alrededor de 1,3 millones de familias en una nación de más de 300  millones de habitantes, se estaban quedando con un 23 por ciento del  ingreso nacional.  Y de ese uno por ciento, una décima parte, apenas  130.000 familias, se alzaron con más del 11 por ciento de los ingresos  totales del país.  El florecimiento de la economía de Estados Unidos no  depende del uno por ciento de las personas más ricas de un país, sino  del poder de compra de su inmensa mayoría. Pero la inmensa mayoría ha  visto declinar su capacidad adquisitiva en el mismo período en que los  ricos se hicieron más ricos.  Reich dijo que "los salarios del norteamericano medio  aumentaron escasamente en las tres décadas previas al Crash de 2008, si  se toma en cuenta la inflación". Y en lo que va de este siglo, los  salarios "en realidad cayeron".  Un trabajador recibía en el 2007 un salario promedio  inferior al de un trabajador de 1977, en términos reales. Esto es: los  hijos perciben en la actualidad jornales inferiores a los obtenidos por  sus padres.  La Oficina del Censo de Estados Unidos informó el  pasado 16 de septiembre que en el 2009, otros cuatro millones de  norteamericanos atravesaron el umbral de la pobreza. El total llega en  la actualidad a 44 millones, uno de cada siete residentes. Fue el nivel  más alto de pobreza de los últimos 15 años. Y millones de  estadounidenses más están sobreviviendo gracias a que el gobierno  federal amplió el número de semanas del seguro de desempleo, o a que  muchos de los nuevos pobres se han mudado a las viviendas de sus  familiares.  EL SALARIO DEL MIEDO  Según las últimas estadísticas del departamento de  Trabajo, la tasa de desempleo en Estados Unidos es del 9,6 por ciento  (14,9 millones de personas). Los negros y los hispanos han sido más  afectados que los blancos (16,3 por ciento de negros, 12 por ciento de  hispanos, y 8,7 por ciento de blancos), y la nueva fuerza laboral ha  sido literalmente aplastada (un 26,3 por ciento de los jóvenes  trabajadores están desempleados).  Hay también 8,9 millones de subempleados, personas  que trabajan medio tiempo porque sus empleadores les redujeron el  horario laboral, o porque no han podido encontrar una faena a tiempo  completo.  El departamento de Trabajo menciona otras 2,4  millones de personas "marginally attached", vinculadas de manera  marginal a la fuerza laboral. En esas perversas estadísticas oficiales,  esos 2,4 millones de personas no figuran como desempleadas porque no  habían buscado un trabajo en las cuatro semanas previas a la última  encuesta de agosto.  Pero se hallan desempleadas. Como indica el  departamento de Trabajo, se trata de personas que no integran la fuerza  laboral, que desean trabajar, y que estuvieron buscando una ocupación en  los previos 12 meses. Y de esos 2,4 millones de personas "1,1 millones  son empleados desalentados", que no buscan trabajo "porque no creen que  haya vacantes disponibles".  El drama de los parados se agrava cada día por la  brecha entre quienes pierden su trabajo, y la creación de nuevos  empleos.  Un 42 por ciento de los desempleados han estado sin  trabajo por un lapso superior a las 27 semanas.  LA PEOR EDAD  Filtrándose entre las esclusas del desempleo y la  pobreza están aquellos que han sido despedidos de sus trabajos en la  cincuentena. El despido a esa edad no tiene nada que ver con las  cualidades de un empleado, sino con el peligro que representa para una  empresa el pago de una pensión "costosa". Funciona en todas las épocas,  porque forma parte del sistema. Pero se agudiza en épocas de recesión.  En 1978, el excepcional narrador Stanley Ellin (autor  del clásico La especialidad de la casa, donde el propietario de un  restaurante sirve como principal manjar a algunos de los más fieles  comensales) escribió un cuento, Reasons Unknown. En ese cuento Ellin  detalla las tribulaciones de un ejecutivo, Larry Morrison, que descubre,  a través de un ex compañero de tareas, Bill Slade, el destino que le  aguarda. También Slade era un importante ejecutivo, hasta que la empresa  anunció una "reorganización". La reorganización dejó a Slade en la  calle, y éste, tras meses sin conseguir trabajo, concluyó manejando un  taxi.  En el interín, Slade perdió su propiedad, su esposa  le pidió el divorcio, y Slade se hundió en una paulatina bancarrota.  Pero lo que preocupó más a Morrison, todavía un ejecutivo en la flor de  la edad, fue oír la palabra "reorganización". Según le explicó Slade,  esa palabra era la voz de orden para librarse de empleados que estaban  ingresando en la madurez, y cuya utilidad era inferior al costo del pago  de sus pensiones.  Cuando un ejecutivo le informa a Morrison que su  departamento planifica una reorganización que involucra pagarle una  bonificación y dejarlo en la calle , la solución buscada por el  empleado, aunque infrecuente, es tan norteamericana como la torta de  manzana.  Morrison se aparece un día en su oficina armado con  un rifle, y mata a varios de los empleados antes de ser acribillado a  balazos. El informe final de la policía dice que Morrison mató a sus  colegas "for reasons unknown", por razones desconocidas.  The New York Times dijo que de los 14,9 millones de  desempleados, más de 2,2 millones son personas de más de 55 años de  edad. El departamento de Trabajo indicó que casi la mitad había estado  sin trabajo al menos por seis meses.  Y la tasa de desempleo en ese grupo es del 7,3 por  ciento, un récord, más del doble de lo que era al comienzo de la  recesión (The New York Times, 19 de septiembre de 2010).  Entre tanto, el gobierno de Barack Obama dedica sus  mejores energías a la caridad, no a la creación de nuevos empleos. Obama  anunció un plan de estímulo por 50.000 millones de dólares para la  reconstrucción de la infraestructura vial y ferroviaria, que necesita  aún la aprobación del Congreso, y no será implementado al menos hasta el  año que viene, cuando el Congreso estará seguramente en manos de los  republicanos quienes seguramente vetarán el plan.  El plan de estímulo de Obama, hasta ahora, incluyó  ampliar el seguro de desempleo, extender el programa de cupones de  alimentos, y reducir los impuestos. Esto es, ofrecer pescados, no  enseñar a pescar. Y sus planes futuros, inclusive la asignación de  50.000 millones de dólares para reconstruir la infraestructura, son una  gota en el océano. Basta recordar el plan de salvataje a la aseguradora  American International Group por 178.000 millones de dólares, para  advertir la brecha que hay entre la ayuda a los pobres y la ayuda a los  ricos.  Pero es que los pobres no ayudan mucho en las  campañas electorales. En cambio corporaciones como AIG son generosas con  los políticos que son generosos con ellas. No olvidemos que tras  recibir la ayuda, varios ejecutivos de AIG consiguieron bonificaciones  que sumaron varios miles de millones de dólares. Seguramente parte de  ese dinero terminará en las arcas de campaña de políticos deseosos de  seguir complaciendo al 0,1 por ciento de la población.
27.9.10
Los ricos son más ricos, los pobres son más pobres
Mientras el desempleo y el subempleo afectan a más de 26 millones de norteamericanos, 130.000 familias se quedan con más del 11 por ciento del ingreso nacional. En su blog Crónicas desde Nueva York Harry Blackmouth analiza el tema.
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