Imposible, porque el sistema económico mundial no permite otra cosa.
Inútil, porque los gobiernos de los países en desarrollo son gobiernos corruptos que se enriquecen con las ayudas que se mandan al Tercer Mundo. Y, desde luego, lo que más abunda es la masa enorme de personas que se impresionan cuando ven en la tele un programa sobre el hambre en el mundo, pero no mueven ni un dedo para que a eso se le ponga remedio. Por supuesto, yo no hablo aquí de los mendigos que pordiosean por nuestras calles. Me refiero a los mil cien millones de personas que sufren lo que los economistas llaman "pobreza extrema". Son personas que tienen que vivir con un dólar o con menos de un dólar al día. Lo que significa que son personas abocadas a una muerte cercana. Porque el hambre no espera. El hambre mata.
Así las cosas, debo dejar claro:
1) Es falso que no haya alimentos para remediar tanta hambre. Porque en el mundo se produce un 10 % más de lo que necesitan todos los habitantes del planeta para alimentarse bien.
2) Es falso que no haya medios para acabar con la pobreza extrema en sólo unos años. El economista de fama mundial que mejor ha estudiado este asunto, Jeffrey Sachs, ha dicho: "El debate sobre la ayuda al desarrollo, o sobre si los ricos hacen lo bastante para ayudar a los pobres, afecta en realidad a menos del 1 por ciento de la renta del mundo rico" .
3) Es falso que la pobreza se deba a la corrupción de los gobernantes de los países pobres. A finales del siglo pasado, en África había países relativamente bien gobernados (Ghana, Malawi, Mali, Senegal) que no salían de su miseria, mientras que sociedades asiáticas en las que había mucha corrupción (Bangladesh, la India, Indonesia, Pakistán) tuvieron un rápido crecimiento económico.
4) El problema no es de carencia de medios, sino de voluntad política. No hablo de mala voluntad en los políticos. El problema está en la mala voluntad de todos. Porque los políticos, si quieren mantenerse en el poder, tienen que tomar sus decisiones, no con vistas a remediar los sufrimientos más apremiantes, sino con la mirada puesta en las elecciones. Ahora bien, la dura realidad es que los votantes negamos nuestro voto al que daña nuestros intereses, no al que se desentiende de la pobreza en el mundo.
5) Ha llegado el momento en que los pobres ya no aguantan más su situación desesperada. De la misma manera en que ya pasó el tiempo de la esclavitud, ya ha sonado la hora del fin de la resignación por la supervivencia. De ahí los flujos migratorios de gentes que se juegan la vida o recorren medio mundo para escapar de la muerte. Si nosotros no ayudamos a los pobres, los pobres aumentarán su avalancha imparable hacia nosotros. Es un fenómeno que no ha hecho más que empezar.
José Castillo, teólogo.
Vìa El Diario
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