15.8.08

¿La pobreza justifica actos violentos?

Cuando mis amigos más progres quieren tranquilizarme ante las manifestaciones machistas de algunos sectores muy jóvenes, aluden al contexto social de pobreza y marginación en el que viven esos grupos. “Eduardo, la pobreza es la causante de estas aberraciones y eso es culpa nuestra por un reparto equivocado de los bienes.” Nunca me convencieron esos argumentos.

Las hermanitas de la caridad eran muy pobres y nunca se caracterizaron por dosis estentóreas de violencia. Sectores de la mafia rusa superan con creces los niveles de renta promedio y han dado muestras de comportamientos delictivos sin precedentes. ¿No tendrá que ver el recurso continuado a ideas trilladas con el anquilosamiento del pensamiento dogmático, de las ideologías políticas del pasado? ¿Dónde están las ideas nuevas sobre situaciones nuevas?

Hace unos diez años, expertos de custodia de prisiones y programas de rehabilitación empezaron a cuestionar la tesis que busca en la pobreza la fuente del mal. Pero eran voces aisladas que ni siquiera consiguieron segmentar regímenes indiferenciados de rehabilitación. Al psicópata, con una inteligencia superior al promedio y una capacidad de empatía netamente inferior, se le sometía –y se lo somete– a la misma rehabilitación que al carterista común. Resultado: el psicópata dispone después del curso de mayor información para criminalizar su capacidad intacta de ignorar el sufrimiento de los demás.

La antropóloga brasileña Teresa Caldeira, profesora en la Universidad de California, empezó a investigar esa paradoja hace más de diez años en ciudades como São Paulo, Buenos Aires y Los Ángeles. Sus conclusiones son irrefutables. “Eduardo, más que esa supuesta vinculación entre pobreza y criminalidad, es una determinada cultura que puede o no acompañar a la pobreza: las drogas, el dominio del mito machista, la discriminación, el fanatismo religioso…”. Es gracias al trabajo de investigadores como Caldeira en terrenos novedosos y no a la repetición de lugares comunes –lo que un familiar mío llamaba hace 20 años “filosofía de plataforma de tranvía”– que, por fin, podemos arrumbar mitos que han paralizado los avances del conocimiento.

El consumo de drogas está incidiendo en la marginación del espacio urbano en mucha mayor medida que la pobreza; el machismo –más estrafalario que en el pasado, de algunas bandas de jóvenes– arranca de un cambio social: ya no es seguro, como antes, que la enseñanza desemboque en un trabajo, ni por tanto en una relación de pareja. En las ciudades mencionadas antes, las mujeres jóvenes se posicionan netamente mejor que los varones en el entramado social.

¿Alguno de mis lectores ha visto un graffiti alojado en un lugar inaccesible para que el nombre anónimo lo pueda contemplar todo el mundo? A nadie se le ocurre escribir en el último piso del último rascacielos el nombre de su sindicato o “somos una nación”.

Por último, el peso del dogma tiene unos efectos perversos muy superiores a los sugeridos por la pobreza. En la India, nada menos que 160 millones de personas soportan el peso de un sistema de castas que les encierra en el reducto en que nacieron. Es más fácil buscar un único culpable a tanto desvarío, como la pobreza o el cambio climático. Pero esto no nos exime de buscar las nuevas causas de los viejos desmanes.

Fuente: Blog de Eduard Punset, director del programa televisivo científico Redes.

No hay comentarios.: