Periódico La Jornada
Martes 23 de marzo de 2010, p. 28
A quienes viven en el mundo rico les cuesta trabajo imaginar lo que es vivir con dos dólares diarios. Pero para quienes viven así el problema no es sólo lo bajo del ingreso, sino su contingencia. A menudo vivir con dos dólares diarios significa en realidad vivir durante 10 días con 20 dólares ganados en uno solo. La tarea de distribuir el gasto se vuelve más complicada si no hay donde guardar el dinero con seguridad. En una emergencia, los ricos pueden escoger entre tomar algo de sus ahorros o pedir prestado. Las grandes masas que en el mundo en desarrollo carecen de servicios bancarios a menudo sólo tienen la opción de pedir prestado, a menudo a un costo muy alto.
Que tengan esa opción se debe en parte al rápido crecimiento del microfinanciamiento, especializado en prestar pequeñas sumas a los pobres. Varias grandes instituciones microfinancieras también ofrecen cuentas de ahorros: el Grameen Bank, en Bangladesh, es un ejemplo prominente. Pero la industria sigue dominada por el crédito: de 166 instituciones de este tipo sometidas a una encuesta en 2009, todas ofrecían crédito, pero sólo 27% contaban con sistemas de ahorro.
Sin embargo, cada vez más microfinancieras se interesan en el potencial de los ahorros, en parte gracias a la crisis financiera global. Los problemas de liquidez que a muchas les ocasionó la crisis, junto con el creciente costo del financiamiento, las han llevado a aceptar la idea de financiarse al menos en parte con ahorros locales.
La Fundación Bill y Melinda Gates ha entrado en apoyo de este esquema. En enero anunció donaciones por 38 mdd a 18 microfinancieras del sur de Asia, América Latina y África para estimularlas a aumentar sus ofertas de ahorros. Es un fuerte respaldo a una industria que aún se basa mucho en donaciones. Bob Christen, director de servicios financieros para los pobres en esa fundación, señala que estas aportaciones son un paso importante para ensanchar el modelo de negocios de las microfinancieras con la inclusión del ahorro
.
Para que el mecanismo funcione se necesitará más que buenas intenciones y un reconocimiento de que los pobres quieren lugares donde depositar el dinero que logran escamotear al gasto. Parte del problema es de simple economía: es difícil sacar provecho de clientes que hacen montones de depósitos minúsculos si no se recortan enormemente los costos de transacción.
Transferencias electrónicas
El uso extendido de teléfonos móviles por los pobres en los países en desarrollo podría dar una respuesta. En Kenia, por ejemplo, las personas usan ya un exitoso servicio de mensajes de texto, llamado M-PESA, para realizar transferencias electrónicas de dinero a otros usuarios. Y un nuevo esquema de microseguros utiliza el M-PESA para ofrecer a campesinos kenianos protección contra el mal tiempo.
Existen desafíos para quienes buscan entrar al negocio de banca móvil. Ignacio Mas, de la Fundación Gates, señala que para hacer seguras estas transacciones se necesitarán acuerdos con los operadores de telefonía móvil, los cuales controlan el acceso a la tarjeta SIM del teléfono. Eso es sencillo en Bangladesh, donde las microfinancieras también ofrecen telefonía móvil, pero en otros países puede que las telefónicas prefieran entrar al negocio del ahorro por cuenta propia.
También los bancos y otras instituciones financieras grandes podrían tener mayor facilidad para ofrecer servicio a los pobres en asociación con empresas telefónicas. Para ello, en muchos países se necesitará cambiar normas respecto de quién está facultado para recibir depósitos.
Una mejor tecnología y normas más flexibles son necesarias. El paso final es diseñar productos que funcionen para los pobres. Varias microfinancieras que recibieron dinero de Gates experimentan con cuentas de ahorro en las que hay el compromiso de hacer depósitos regulares. Marcia Brown, ejecutiva de una de las firmas receptoras del apoyo, señala que es probable que se ofrezcan cuentas para un propósito particular, como la educación de los hijos.
Sendhil Mullainathan, economista de Harvard, advierte que siempre habrá un gran abismo entre lo que las personas dicen que quieren ahorrar y lo que en realidad ahorran. El ahorro, explica, se basa con frecuencia en lo que no ocurre
, es decir, en la acumulación de decisiones de no consumir. En contraste, el consumo es una decisión activa de comprar algo. Un producto que este especialista ha puesto a prueba en India se refiere a colaborar con agentes bancarios para vender tarjetas de ahorro
en tiendas, de modo que el ahorro se vuelva una compra activa y pueda competir con otras compras por impulso. Con suerte estas innovaciones podrán ayudar a los pobres a usar sus propios ahorros para hacer su vida un poco más predecible.
Fuente: EIU
Traducción de texto: Jorge Anaya
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