Humildemente, quiero proponer uno de los caminos que debemos seguir y que probablemente pueda ser el más efectivo de todos: La tecnología. Personalmente creo que hay que empezar por preocuparnos del futuro, de los niños y niñas que van a liderar nuestro país en 20 años más. Quizás ése sea el plazo para erradicar definitivamente la pobreza.
Hace varios años me tocó conocer una ciudad llamada Cañete, ubicada 137 kilómetros al sur de Concepción, con 31.270 habitantes. No hay cines, ni grandes bibliotecas o extensas tiendas de música. Sin embargo en ese viaje, un día después de un taller, se me acercó un niño de 11 años y me entregó su tarjeta de presentación, impresa sobre cartulina con la impresora de su casa. Lamentablemente olvidé su nombre, pero recuerdo que en la tarjeta decía “Astrónomo Aficionado” junto a la dirección de su blog. Cuando le pregunté dónde aprendía sobre astronomía, me respondió lo que quizás debería haber sido obvio: “En internet”. Claro, era un niño que tenía la suerte de tener un computador y conexión a internet en su casa.
Una simple búsqueda en Google le ofrecía trillones de fuentes de información. Acceso directo a los archivos completos de NASA, millones de artículos en Wikipedia, revistas, periódicos, blogs, libros y videos. No importaba que Cañete no tuviera cines, ni grandes bibliotecas. Sólo necesitaba tener internet y la curiosidad propia de un niño de 11 años.
Hoy un niño en Cañete, o cualquier rincón de Santiago, que tenga acceso a internet tiene una ventaja sobre el resto.
En Santiago el 66% del segmento ABC1 tiene acceso a internet, mientras que en el D es sólo un 14%. Ni hablar del E. La brecha digital es un reflejo de la diferencia de oportunidades de la brecha social.
Hoy la tecnología presenta la posibilidad de acabar la brecha social, pero si el acceso no es equitativo, también la aumenta.
Es difícil que las familias de escasos recursos justifiquen un computador con internet, cuando un televisor cuesta desde $50.000 pesos y los 6 canales que transmiten farándula día y noche son gratis.
Un niño con acceso a internet, sea rico o pobre, tiene acceso a la misma cantidad de información y, a excepción de las que son pagadas, a las mismas herramientas. Especialmente sorprendente es ver que los jóvenes que pasan más horas en internet, leen y escriben mejor en inglés, permitiéndoles acceder a una oferta cultural y laboral global — desde cualquier rincón de Chile.
Si no actuamos luego para acortar la brecha digital, la brecha social va a seguir creciendo.
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