4.1.07

La única forma de combatir la pobreza es creando riqueza


Sí señor. Lo dijo José Toro Hardy en El Universal: "La única forma de combatir la pobreza es creando riqueza y propiciando mejor su distribución".

Comienza un nuevo año. Llegó la hora de enfrentar un mal que está destruyendo las fibras fundamentales de nuestro tejido social: la pobreza.

La pobreza no se puede enfrentar con discursos, ni demagogia, ni populismo, ni con revoluciones. Se enfrenta con políticas capaces de desatar las fuerzas productivas de la sociedad.

No se trata de políticas que promuevan importaciones, ni burbujas temporales de consumo que hacen crecer a otras naciones pero no a nosotros. No se debe regalar a otros países lo que necesitan los venezolanos. Lo que se requiere son inversiones, empleos reales e incrementos de la producción nacional. Se requiere seguridad jurídica.

La única forma de combatir la pobreza es creando riqueza y propiciando una mejor distribución de la riqueza creada. Pero, si no se crea riqueza, no hay nada que distribuir.

Fuimos capaces
de combatir la pobreza

Durante seis décadas, entre 1920 y 1980, en Venezuela fuimos capaces de combatir eficientemente la pobreza y llegamos a ser la economía de mayor crecimiento en el mundo, gracias al aporte del petróleo. En ese lapso, la expectativa de vida de un venezolano al nacer pasó de 32 años a cerca de 70 y después siguió mejorando. Combatimos eficientemente el paludismo y muchas otras enfermedades endémicas y epidémicas. Construimos infinidad de escuelas, liceos y universidades.

El analfabetismo cayó desde un 80% a menos de un 9% de la población y después descendió aún más. Construimos hospitales y centros ambulatorios, cloacas y acueductos, carreteras y autopistas, puertos, aeropuertos, grandes represas y tendidos eléctricos. Energizamos al país. Las telecomunicaciones se desarrollaron paralelamente. Llegamos a tener la infraestructura más moderna de América Latina. Todos los sectores de la economía experimentaron un vigoroso crecimiento. Comenzamos a industrializarnos. En fin, nos transformamos en un país moderno y en el más prospero de Latinoamérica.

El bolívar llegó a ser la moneda más sólida y estable del mundo junto con el franco suizo. La pobreza disminuía y la clase media aumentaba. La inflación era un fenómeno desconocido en Venezuela y el salario real de los venezolanos el los más alto de Latinoamérica. La sociedad misma parecía haber experimentado cambios tan profundos que creíamos haber alcanzado un nivel a partir del cual podríamos mantener de manera sostenida los logros que estábamos alcanzando.

Habíamos logrado superar los estadios fundamentales del subdesarrollo y pensábamos que en las décadas siguientes lograríamos eliminar de manera progresiva la pobreza. Venezuela se había transformado en el país en el cual muchos ponían sus esperanzas. Centenares de miles de inmigrantes vinieron a radicarse en nuestra patria, convencidos de éramos el país del futuro. Aquellos inmigrantes dieron un apoyo fundamental a nuestro crecimiento. Era gente trabajadora cuyo costo de formación había sido asumido por otros, pero que optaron por venir a Venezuela donde con su esfuerzo contribuyeron al progreso de nuestra patria.

En Venezuela la gente podía superarse gracias a su propio esfuerzo. Aun los más humildes tenían la posibilidad de acceder a un sistema de educación gratuita y seguir sus estudios a nivel universitario en instituciones que eran reconocidas por la calidad de su formación. Incluso muchos pudieron obtener becas para continuar sus estudios de postgrado, maestrías y doctorados en las mejores universidades del mundo.

Contábamos además con otra ventaja excepcional: éramos una sociedad permeable. Aquí no había diferencias ni odios de clases. Teníamos en nuestras manos todos los elementos para enfrentar el futuro con optimismo. Pero algo pasó que vino a frustrar aquellas esperanzas. A partir de un momento determinado, el petróleo, que había sido utilizado como instrumento para propiciar el desarrollo, comenzó a transformarse en un medio para concentrar todo el poder en manos del Estado. De un Estado que cada vez se volvió más grande, más ineficiente, controlador y torpe. De un Estado que comenzó a asfixiar al país.

En algún momento entre finales de la década de los setenta y principios de los ochenta, Venezuela torció el rumbo. Los éxitos de los sesenta años anteriores comenzaron a transformarse en los fracasos del siguiente cuarto de siglo. Y ahora, para colmo, el fantasma de los resentimientos y los odios de clases, que creíamos erradicado para siempre, está despertando de nuevo alentado por el rugido de la demagogia. ¡Por Dios, recuperemos el rumbo! ¡Recuperemos a Venezuela! Ese es mi deseo para el año que comienza.

Vía: Noticiero Digital

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