11.2.07

A ningún ser humano le gusta ser pobre.

Encontrar a una persona que considere meritorio ser más pobre que el vecino es como buscar un oasis en el desierto.

El ascetismo es una de esas utopías que entra en genuflexión ante los beneficios ofrecidos por la riqueza material.

La fama del poeta lírico Simónides de Ceos en la antigua Grecia no se debió tanto a la belleza de sus cantos o a la agudeza de su ingenio sino por haber sido el primer bardo que cobró sus versos en efectivo, promoviendo la práctica profesional de la poesía en tierras mediterráneas.


Como apuntaba la célebre comediante rusa, Sophie Tucker, "he sido rica y he sido pobre; créanme, ser rica es mejor".

Pese al discurso marxista, Castro, Chávez o García Márquez viven mejor y poseen mayor fortuna que la inmensa mayoría de los habitantes de sus respectivos pueblos.


Como apunta Fernando Savater, "la condición del dinero es singular entre todos los productos culturales; los hombres no se cansan de desearlo ni los idealistas de denostarlo, pero por lo visto siempre infructuosamente".


Sin duda, el dinero es una de las más voraces y potentes motivaciones humanas. Ahora bien. Una cosa es tratar de tener suficiente caudal para desarrollar una vida digna, cómoda y despreocuparse de las deudas cotidianas y otra muy distinta es vivir obsesionado por tener más y más. La primera es saludable, la segunda es enfermiza.


El dinero no compra la felicidad, aunque ser pobre e infeliz es todavía peor. El dinero no puede hacer que seamos felices, pero es lo único que nos compensa de no serlo
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En términos generales, las estadísticas de suicidios son mayores en sociedades más opulentas.

El amor por el dinero no es dañino, sino la obsesión e insaciabilidad y eso aplica para cualquier actividad humana. He asistido a reuniones en donde lo único que se habla es sobre dinero. Soy el primero en irme. Para no herir susceptibilidades, no hay mejor excusa que el sonido planeado del beeper. Con tantos temas que estimulan la psiquis, no me explico cómo se le puede dedicar tantos minutos al susodicho diálogo.


Existen personas que muestran una necesidad intensa de ganar dinero, asignándole a este metal, atributos indispensables para alcanzar éxito y poder. Estos individuos perfilan una definición del concepto dinero que va más allá de sus meras funciones instrumentales. Es tanta la adoración material que padecen que su conversación sólo gira en torno a su tenencia y utilidad.

Para diagnosticar esta adicción, sólo basta escuchar las charlas superfluas e impertinentes sobre marcas determinadas de artículos o ropa, viajes de fin de semana a centros comerciales de Miami, cantidad y calidad de juguetes regalados a los hijos, alhajas y coches deportivos adquiridos o indagatorias sobre la fortuna o posesiones acumuladas por otros.


Existe un adagio popular que dice "no quiero ser tan pobre para tener que robar ni tan rico para corromperme". Esta frase no puede generalizarse ya que existen muchos pobres honestos y muchos ricos incorruptos.

Lo cierto es que nadie es feliz siendo pobre, pero tampoco ser rico confiere automáticamente felicidad. En este sentido, la riqueza es semejante a la salud: su carencia ocasiona miseria, su posesión no garantiza bienestar.
La felicidad no consiste en tener más, sino en disfrutar lo poco que se tenga.

Por un razonable encima del nivel de pobreza, el dinero no sólo no da más felicidad, sino que la pasión por conseguirlo afecta nuestra sensación de bienestar.

El tiempo es dinero, pero el dinero no es tiempo; el hombre puede convertir su esfuerzo cotidiano en dinero, pero entonces carece de tiempo óptimo para disfrutarlo.

Tener mucho dinero puede ser como una droga, nos hace sentir injustificadamente poderosos, invulnerables y más importantes de lo que en realidad somos. Peor aún, cuando la fortuna se adquiere de forma vertiginosa y fácil.


En todo caso, hay que reconocer, que todo lo que somos capaces de hacer, alcanzar, disfrutar, ostentar o padecer es mera anécdota que rellena el tiempo que transcurre en eso que llamamos vida y, al final, la muerte es la gran igualadora de ricos y pobres. No hay nada después.


Patricio Varsariah
El Telégrafo, Ecuador

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