12.3.07

Visión catastrófica del trángulo riqueza, pobreza y felicidad


Dice un bloguero mexicano en "El Economista" de la capital del D.F. (blogueando en eleconomista.com.mx), el siguiente post pesimista sobre la felicidad en el mundo. Lo incluimos aquí porque es nuestro objeto reflejar todas las olpiniones -salvo las de los irracionales- en relación con el tema de este blog. Siga leyendo:
¿Mayor riqueza es igual a mayor felicidad? La respuesta a esta pregunta en apariencia ociosa es definitiva: No. A nivel micro, sólo en familias con muy bajos recursos, el incremento de los ingresos se traduce en un mayor bienestar, mientras en familias con alto nivel económico, un aumento en las percepciones no representa una mejora sustancial en la calidad de vida.

Parece existir dentro de la naturaleza humana la necesidad, en apariencia enferma y carente de sentido, de acumular bienes, de tener siempre más. Entre más se tiene, más se quiere.

Ya lo escribió Óscar Wilde en su pieza de teatro El abanico de Lady Windermere: “En este mundo sólo hay dos grandes desgracias: una es no obtener lo que uno desea, y la otra es obtenerlo. La última es la peor. ¡La última es una verdadera tragedia!”. (Lady Windermere’s Fan, 1892).

También resulta lógico pensar que para alguien que vive en extrema pobreza, obtener un salario –aunque sea magro–, que le permita al menos comer, redundará en un bienestar tangible. En cambio, para quienes poseen ingresos que les permiten lujos, viajes y todo aquello que el dinero puede comprar, un aumento en sus percepciones no significará ninguna mejora concreta en su nivel de bienestar, en su “felicidad”.

Incluso, para las familias de altos ingresos, mantener su actual estatus puede representar un deterioro en la calidad de vida, pues esto significará dedicar mayor tiempo y trabajo a mantener la fuente que genera esos recursos, llámese empresa o profesión, con la ya característica carga de estrés, soledad y enfermedades.

A nivel macro, la respuesta a la pregunta sigue siendo la misma: no. En los tiempos que corren, hemos llegado a un callejón sin salida. ¿Cuál? La sociedad debe elegir entre reducir la pobreza o proteger al medio ambiente, pues ambas aspiraciones aparecen, en el mismo tiempo y espacio, incompatibles. ¿Por qué? Porque reducir los niveles de marginación provocaría el ingreso de un mayor número de habitantes a la soñada clase media, una clase que puede consumir, gastar y que produce basura y polución en todas sus actividades: el trabajo, el hogar, la diversión.

De acuerdo al estudio La distribución mundial de la riqueza de los hogares (Instituto Mundial para la Investigación de Desarrollo Económico de la Universidad de las Naciones Unidas), el valor del coeficiente de Gini, que mide la inequidad en una escala de 0 a 1, es de 35 a 45% para la desigualdad del ingreso en la mayoría de los países. La inequidad en la riqueza es aún más abismal, pues va de 65 a 75%, aunque en algunos países supera el 80%.

Gracias a esta injusta distribución de la riqueza en el mundo, existen más de 1,100 millones de personas que viven con menos de un dólar diario. Estos pobres no tienen recursos para comer, no pueden consumir y, gracias a esto, su producción de basura y contaminación es mucho menor. Es una paradoja trágica, pero es así.

Y suena catastrófico, pero se entiende que con la salida de más países del atraso, acompañada de un incremento en los ingresos per cápita, mucha gente saldría de la franja de la pobreza y pobreza extrema para pasar a engrosar la clase media. Y la clase media es, per se, mayor consumidora de bienes, mayor demandante de recursos y satisfactores.

En el camino para cubrir estas crecientes necesidades, se encuentra la generación de más toneladas de basura, el mayor consumo de energía (eléctrica, mecánica, nuclear, etcétera), con su consecuente ola de contaminación. Más basura, más contaminación, menos bosques, menos aire limpio, menos agua, menos recursos naturales, menos comida…

Al final, parece que cualquier camino que tomemos nos llevará al mismo lugar: la imposibilidad de vencer el hambre, la pobreza y la inequidad social.

Y la felicidad seguirá perdida...

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Y le responde José Antonio, un lector:

El aumento en los niveles de ingreso tiene una relación directa con la percepción de bienestar de las personas.

En segundo lugar, el combate a la pobreza no va en contra de la protección del ambiente, al contrario, existen estudios que demuestran que las sociedades más desarrolladas, con menores niveles de pobreza, son también las que tienen mayor cuidado de sus reservas naturales, eso es fácilmente constatable.

Y finalmente al contrario de lo que se suele decir, que en el mundo hay personas cada vez más ricas a costa de otras cada vez más pobres, existen estudios que muestran un panorama distinto a nivel mundial. Claro, esto no quiere decir que no existan desigualdades ni que se viva en el mundo feliz, tal vez porque la felicidad sea una búsqueda más individual que una responsabilidad colectiva, afortunadamente.

Fuente: blogueando en eleconomista.com.mx

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